La
valentía de esculpirnos a nosotros mismos
En esta época que vivimos, donde todo va a una velocidad
cada vez mayor, cuando nos vemos en la necesidad (al menos eso creemos) de ir
cada vez más rápido, de hacer mayor cantidad de cosas y de ocuparnos la mayor
parte del tiempo que pasamos despiertos o más bien, levantados de la cama, nos
hemos ido alejando de nuestra verdadera esencia. Es tanta la estimulación externa
que permanentemente nos golpea, azota o simple y sutilmente nos permea hasta lo
más profundo de nuestro Ser, llevándonos incluso a perdernos en esa maraña de
situaciones y sentimientos, al punto que no logramos reconocer cuál es la
información que he tomado de afuera, de los demás y cuál la sabiduría y verdad
interna que traigo inherente a mi propia existencia. Es ahí cuando surge
confusión, inconformismo, rabia, tristeza y frustración aparentemente
infundadas, puesto que no entendemos que es lo que tanto nos molesta del mundo,
no es claro por qué están presentes esas emociones densas cuando aparentemente
todo está bien.
Si empezamos a observar nuestra existencia con valentía,
enfrentando el miedo que nos produce darnos cuenta de la realidad que estamos
viviendo y con la intención y determinación de aceptar aquello que vamos
descubriendo de nosotros mismos por doloroso que sea, podemos tener la certeza
que nos vamos acercando a la realización, al entendimiento necesario para
partir hacia la transformación, es decir para trascender aquello que nos está
generando tristeza o malestar. No es fácil caminar este sendero, por el
contrario se requiere de compromiso con nosotros mismos, disciplina, voluntad y
fuerza interior para lograr dar el paso hacia nuestro despertar.
Hemos tomado la errónea idea de que estamos en este mundo
para esculpir al otro, nos hemos ido enfocando en lo que no funciona en el
entorno, la sociedad o la cultura, poniendo nuestra mente y corazón en aquello
externo que a nuestro parecer “debería ser” y con todas las ganas, en algún
momento de manera conciente o inconciente decidimos esculpir la vida y la existencia
de los otros, aunque a simple vista parezca un bello sentimiento de compasión y
amor por el prójimo, resulta ser un grito silencioso de nuestra alma
desesperada y desatendida que busca captar nuestra atención y llevarnos
nuevamente adentro, a nosotros mismos y a nuestra propia verdad.
Si, finalmente es mas fácil juzgar afuera, ponerme en la
posición de victima y/o construir una armadura tan fuerte que me “proteja” de
cualquier palabra o acción del otro, nos empeñamos en brillar la armadura, le
dedicamos tiempo a pulirla y presentarla de manera perfecta para que encaje en
esa sociedad cuadriculada. Cuando sentimos que vamos logrando ese propósito y
que finalmente logramos huir de nosotros mismos, es cuando empieza a gritar el
alma, recordándonos que ahí sigue nuestra verdadera sabiduría, esperando ser
reconocida, escuchada, atendida, por eso surge la inconformidad, nada parece
llenarnos e incluso cuando alguna persona habla o manifiesta su sentir o
pensar, nos vemos en una posición incómoda y molesta, nos sentimos atacados y
agredidos en lo mas profundo de nuestro ser, el cual creíamos tener cubierto,
entendido y atendido, protegido con un fuerte caparazón.
¿Por qué nos duele lo que el otro hace o dice? ¿Por qué nos
genera tanta insatisfacción cuando no logramos controlar las cosas? ¿Por qué
nos atormenta profundamente el comportamiento de ciertas personas? Para responder estas preguntas, sugiero
enfocarnos en el principio del espejo, es decir que lo que sentimos y vemos es
un reflejo de nuestra propia consciencia. Poniéndolo en otras palabras, aquello
de los otros que mas me genera malestar o molestia es lo que no he querido
aceptar de mi mismo pues de profundo terror reconocerlo. Es difícil creerlo
pero si tenemos la valía de observarnos, empezaremos a identificar esos
aspectos en nosotros, será triste y doloroso pero necesario para tener un punto
de partida hacia nuestra propia transformación. Una forma de tomar conciencia
es escuchar lo que decimos o juzgamos de los demás, una vez lo hagamos así sea
en nuestra mente, repitamos la frase de insatisfacción que estamos lanzando
contra el mundo o el entorno y digámonos a nosotros mismos, ¿qué ocurre? ¿Genera
rabia? Nuestro inconsciente nos está
enviando mensajes en cada queja que ponemos de los demás, podría decirse que
estamos hablándonos a nosotros mismos aún cuando nos cueste tanto aceptarlo. Si
solo por vincularnos a un juego, empezamos a escuchar nuestra propia voz,
observando y reflexionando sobre todo en lo que mayor molestia me genera en mi vida, así: si pienso
que el otro es soberbio y miserable, me estoy diciendo a mi mismo que así me
siento, si veo al otro como si se creyera mejor o más valioso que los demás y
eso me incomoda profundamente, es porqué así estoy comportándome para con los
demás. Es un trabajo intimo y personal que requiere de compromiso, debemos
saber que aflorarán sentimientos de miedo, inseguridad y frustración,
sentimiento de huida y ganas de regresar a mirar afuera, a culpar a los otros y
a olvidarme nuevamente de mi. Podemos hacerlo y dejar ahí el propósito o
tenemos la opción también de hacernos fuerte y darle la cara, la mente y el
corazón a la situación que realmente pretendo enfrentar y transformar para mi
propio bien.
Si se puede despertar, de hecho es parte de lo que vinimos a hacer a este
planeta, recordar quien verdaderamente somos, permitir aflorar nuestra
sabiduría interna, mágica, bella y poderosa, la cual nos hemos encargado de
guardar, ocultar y dormir, al considerar que no cabe dentro del molde que la
sociedad nos impone, llegamos a convencernos que la mejor manera es hacer caso
omiso a esa fuerza interior que por años ha querido manifestarse y optamos por
negarla para no generar “roces innecesarios con el entono”, sin darnos cuenta
que al hacerlo nos negarnos a nosotros mismos, escondernos para que no vean
nuestro verdadero Ser, la energía de Luz que somos más allá de la identidad.
Nuestra identidad está compuesta por una estructura y una configuración la cual
hace parte de la existencia, de hecho es necesaria y debe ser puesta al
servicio de la Esencia, de la verdad única e irrepetible que mora en el
interior de cada ser humano. Liberemos nuestra esencia, derritamos con amor y
luz la armadura que aunque brille y sea fuerte estorba en el momento de
permitirnos fluir desde el corazón.
Quiero verte y por eso entiendo y acepto que primero debo
verme a mi misma. Así será, así es, ES!
Marcela Larrarte P.
Cali, febrero 18 de 2016
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